miércoles, marzo 16, 2005

La Casa de Campo

Siempre me trae recuerdos de la infancia, cuando bajaba con el colegio un viernes de primavera por la tarde. Esos chándales de colores, esas cuadrillas de amigos, las niñas tan extrañas, las guerras de agua o de ortigas. Bajábamos todos juntos, muy ordenados, al menos para nosotros, supongo que nuestra señorita no opinaba lo mismo, cruzábamos la carretera y allí estaba, un rincón de libertad a un minuto de nuestra puerta. Entonces bajábamos la cuesta, trotando como potros, llena de baches probablemente producidos por el agua, pero que parecían el resultado de algún misterioso terremoto, bajábamos bajábamos, hasta llegar al hoyo. "El hoyo" era (y es) un gran agujero de fondo plano, el mejor sitio par aun partido de fútbol, dejábamos las chaquetas en varios montones para hacer las porterías, soltaban el balón... y a correr. A los cinco minutos ya me aburría, pero siempre había opción de explorar un poco fuera de la vista de "la seño", siempre podías ir al riachuelo con los patos un poco mas allá... o quizá ser un poco mas temerario y acercarte hasta el árbol del ahorcado con sus ramas imposibles paralelas al suelo, maravilloso para escalar y subir por su corteza. Corrían mil historias acerca de este árbol, nunca supe si eran o no ciertas, pero no hace mucho descubrí un cartel, a su lado, donde pone claramente "Árbol del Ahorcado" de modo que, cierto o no y sea cual sea su historia, seguirá siéndolo mientras viva. Aunque ya no sea exactamente el árbol que recuerdo tras la caída de aquel certero rayo hace ya algunos años.

Mas allá, mucho mas allá para un niño de mi edad, estaba "la soga"... una cuerda gruesa colgada de un árbol sobre un arroyo, el arroyo Meaques. Allí se reunía lo mejor de cada casa, era un columpio genial para la gente demasiado mayor, demasiado "mala", demasiado importante como para utilizar un columpio de verdad... pero se columpiaban, saltaban a la cuerda, se balanceaban, de dos en dos, de tres en tres y caían al agua, los niños que aun no podíamos usar la soga, principalmente por temas de jerarquía, nos dedicábamos a mirar y a explorar los misterios de la zona. Un viejo bunker militar como una madriguera, ahora ya tapado, estaba a nuestra disposición. No olvidemos que eran otros tiempos, cuando los niños no necesitaban casco para golpearse la cabeza, entrar el bunker era un signo de valentía, pero al final todos acabábamos entrando... era un lugar lleno misterios, sólo de pensarlo se me ponen los pelos de punta... allí había de todo... gomas, revistas de tetas hechas añicos, seguro que jeringuillas, y todo tipo de roedores. Éramos niños, eternos e inmortales. Ahora ya no hay soga, ni niños, ni litronas... y no puedo dejar de recordarlo con nostalgia.

Recuerdo mil historias mas.... el banco... nuestra primera propiedad, el primer sitio al que llamar nuestro sitio, nuestro lugar de reunión, casi nuestra casa en un barranco entre árboles.. recuerdo mi primer sexo, amigos cantado, los loros y las botellas... y el tiempo pasó... y llegó el mal de amores... la soledad... la tristeza... los paseos sin rumbo, midiendo los pasos, sin prisa ni destino como la sombra de un árbol, sentado escribiendo, mirando, buscando, tratando de perderme en ese bosque tan cotidiano. Recuerdo las guitarras, los porros entre velas, el fresco de la noche... recuerdo... ... muchos, muchos recuerdos... la lejanía hace que recuerdes cosas... que las veas mejor que cuando estabas allí, mas bellas, mas hermosas... hace que pienses que fue una suerte vivir donde viví.

Ayer, todo era verdor, hierba nueva, suave, como un fino pelo de la tierra, los pinos exultantes, la tierra agradecida, sombras por doquier... y ... ¿lo ves?... entre esos dos árboles... no te muevas... mira... agachate... con las orejas grandes, blancas y penachos negros... ¿lo ves?... ahora corre, se marcha... ¿lo viste?... siempre es una suerte ver a uno de esos esquivos conejos, te hace sentir como quien localiza una presa en medio del África... recuerdo... otra vez recuerdo... las ballestas, unos curiosos cepos para pájaros que comprábamos en secreto, siempre me atrajeron las trampas de todo tipo, disfrutaba colocándolas, revisándolas, fantaseando y esperando, pero claro jamás cacé nada... quizás algún que otro dedo. Ayer no había flores, aun duermen, pero ya falta poco para que la primavera les susurre... venid... salid... despertad... y de pronto... sin previo aviso... todo se tiñe de colores e insolentes margaritas, los campos de amapolas se mecen al viento, y los pantalones se llenan de semillas.

2 comentarios:

jesús soberón dijo...

Delicioso texto hermanito...la memoria es el único mundo hermoso.

Anónimo dijo...

cuantas cosas me hace recordar esto que escribes. Una epoca en la que la imaginacion corria mas rapido que nosotros. Somos afortunados de haber vivido algo asi, hay gente a la que le ha faltado.