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martes, octubre 14, 2008

El amor apesta

Desperté con un jarro de agua fría
y un sabor amargo en la garganta
ese sabor que me dice
que otra vez me deje engañar.

Y si, es primavera,
una primavera fría,
casi casi invernal,
tal vez por eso desperté del letargo,
por eso puedo pensar con claridad.

El amor apesta.

Casi parece una blasfemia,
los niños correrían
asustados al oírme,
los ancianos de la mano
me mirarían con pena.

Y sí, apesta,
al menos de esta forma,
al menos en este mundo,
con esta gente pequeña,
miedosa,
de blando y resbaladizo musgo.

El amor apesta,
como el sucio tabaco,
apesta
y lo digo con ganas,
lo pienso alto,
gritando,
sintiéndome imbécil
desde mi síndrome de abstinencia.

Apesta en su cama de mentiras,
falacias tejidas con
mimo,
cuidado,
cariño,
ilusión,
engaños que sólo él
puede manejar,
mientras sigue tejiendo sus sueños,
de maravillosos
de brillantes colores,
tapando toda esa mierda
que siempre queda detrás,
como quien esconde la basura
debajo de la alfombra.

Apesta sí,
apesta,
con su felicidad
efímera y de mentira,
con esa honestidad
de timador sonriente.

Y ahora siento nauseas,
tengo ganas de vomitar mariposas,
de escupirlas por el retrete,
con sus alas tan brillantes
y sus retorcidas trompas,
después de todo,
las mariposas,
no dejaron nunca de ser
insectos disfrazados de flores,
putas moscas de colores.

Luego tirare de la cadena,
las veré hundirse,
las despediré con la mano,
y quizá,
hasta les dedique
una pequeña sonrisa
mientras me marcho,
mientras vuelvo de nuevo
a mi vida.